Mis manos. / Esmeralda

Manos fuertes, de campesina citadina. Si, porque a pesar de la fuerza de mis manos, habito en la ciudad.
Cuando las empleo, no pienso en ellas, pero cuando se troza una de mis uñas, al lastimarme un pellejo y al cortarme un dedo. . .me percato de lo útiles e importantes que son para mi. . . mis queridas manos.
Manos grandes, dedos gruesos, que saben entrelazar estambres de sueños, de imágenes, que moviendo las agujas enlazan vida, cobertura y calidez.
Manos mías, que zurcen, bordan, lavan, limpian lagrimas y mucosidades de chiquillos inquietos, anhelantes de contacto y de calor.
Manos grandes, manos buenas que, cuando dan una palmada al hijo travieso, se adormecen, se resienten, al ser empleadas con violencia. Manos buenas, que prefieren acariciar.
Manos sabias, sanadoras que, con su energía pueden curar y al enfermo consolar.

Manos artistas, que saben emplear la pluma y unir palabras que el cerebro o el corazón dictan para externar. Lo mismo, emplean la brocha para pintar paredes y borrar huellas del tiempo, que toman el pincel para dar brillantez a los dibujos.
Manos apapachadoras, que se solazan en batir el huevo o la masa. Que preparan delicados o complicados platillos, cuando no acarician o cepillan amorosamente el rizado cabello.
Manos ávidas de ser amadas y de amar, ansiosas de recibir caricias y de acariciar al amante extraviado, anhelado, esperado.
Manos heredadas de mi abuela paterna. Manos llenas de vida, de líneas; manos plenas de dar y ávidas de recibir.
Manos, manos mías, que no ceso de disfrutar, observar y admirar. Manos que me permiten contactar, tomar, sentir...
Manos queridas, tanto tiempo olvidadas, tan ruda y cotidianamente utilizadas.